sábado, 21 de septiembre de 2013

Tener un millón de amigos/ LOTERÍA DE CUENTOS/ "El borracho"





Quemamos con malas artes el espíritu del vino,
y no va a regresar.
Héroes del Silencio


El hombre abrió los ojos y se quedó mirando al cielo, como si buscara algo que se le hubiera perdido y no pudiera encontrarlo, con la desesperación de quien no entiende bien lo que está pasando y se siente arrastrado al abismo; y volvió a cerrar los ojos. Yo ni siquiera me hubiera acercado de no haber escuchado esa voz que siempre grita dentro de mi decir que nadie más lo había visto, y aun cuando así haya sido, nadie iba a ir a ver. Y a veces el cielo parece no apiadarse de nadie. Total que entonces maldije en voz baja, ¡perra suerte!, y caminé hacia el sujeto tendido en la tierra del camellón que está entre Revolución y Eje 8, pensando que esta vez me había excedido en eso de andar de pinche entrometido, yendo a donde no me llamaban por no poder contener mi complejo de superhéroe, mientras esa voz insidiosa que suena en mi cabeza que hace las veces de conciencia contenía risitas cínicas.

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Por un momento creí que estaba muerto. En la televisión casi siempre salen casos en los que una persona cae fulminada en el acto por un paro cardíaco, y entonces simplemente se muere, en cualquier lado. No es que yo vea mucha televisión, pero si tomamos eso como punto de referencia, el sujeto la había o la estaba palmando, y yo siempre he creído que no hay peor forma de morirse que en la calle, donde cualquier hijo de la chingada te puede robar la cartera para que entonces la cosa se ponga en realidad muy pinche fea, porque nadie sabe quién eres o dónde vives, y entonces no hay ni a quien avisarle que te moriste. Eso si bien te va. Porque si no pasa la gente y te observa como si fueras un pedazo de mierda en medio de la calle, y tu cuerpo se queda ahí tendido en la lluvia, hinchándose hasta que en la mañana alguna ambulancia te recoja, intente identificarte, y como no puede, termines en algún anfiteatro como muñeco de pruebas para los estudiantes de medicina. Entonces, de una vez por todas, terminas en la fosa común mientras tu familia pega carteles de “¿Le has visto?” en el Metro. Por eso, la voz que suena dentro de mi cabeza prendió las luces rojas y me dijo que me largara, porque, a final de cuentas no era asunto mío. Y por enésima vez en toda mi pinche vida no le hice caso, sabiendo que no había forma de justificar el hecho de dejar a alguien probablemente muerto a su suerte. Y cuando me acerqué a averiguar si estaba frito o todavía le quedaba algo de vida en el cuerpo, el hombre volvió a abrir los ojos y me miró directamente, mientras exhalaba una nube inmensa de aliento alcohólico. Supongo que también es importante decir que la voz insidiosa ya no era una voz, sino una carcajada histérica que se reía de mi.

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No es que José no tuviera dinero. Lo que no tenía era cambio. En ese momento no sabía que se llamaba José, ¿cómo iba a saberlo? Me lo dijo hasta después. Hasta que llegamos al Elektra de San Ángel, pero para ese momento ya éramos grandes amigos, yo ya era su camarada. Sin embargo, levantarlo de la tierra fue un viacrucis, y él encima no ayudaba porque de por si ni siquiera recordaba cuál era su nombre… ¡Que sea menos!, diría Chava Flores. Pinche cabrón, estaba muy pedo y en la caída se dio un madrazo en la cabeza. Yo también estaría desorientado. Cuando lo ayudé a sentarse en la banca de la parada de autobús y regresé a donde estaba tirado, apreté los dientes pidiéndole a todos los malditos dioses que si algún día terminaba como él, por favor no hubiera cerca nadie como yo, y poder ahorrarme la vergüenza de exponer mi miseria como si fuera la mayor atracción de un circo de tres pistas. ¿Quién sabe?, total, cuando José despierte mañana ni se va a acordar de cómo putas le hizo para llegar a su casa. 
El niño de los chicles me veía fijamente, quizá pensando que no me había percatado que la cartera todavía estaba en el suelo, o a lo mejor calculando sus posibilidades. Le dije que se sacara a chingar a su madre si no quería que le diera una madriza, y obedeció casi en el acto, no sin antes echar un último vistazo a lo que representaría un buen botín. Por un momento pensé que tal vez así era mejor: al niño probablemente le haría más falta, pero si aquella cartera aún tenía dinero, todavía era de José. Me sedé el pensamiento con la idea de que aquel niño seguramente utilizaría el dinero para drogas y no para comida, o que uno de esos hijos de puta que controlan esa mafia que trae gente de lugares apartados a mendigar a la ciudad iba a terminar quitándoselo. Doble moral. Eso si no era asunto mío, ¿entiendes? Te acercas a un borracho que apenas puede pararse, creyéndolo muerto, y te dispones a echar una mano sin rechistar, aunque no sea asunto tuyo; pero no puedes dejar que un niño que tiene hambre se lleve algo que puede quitársela, porque los niños de la calle no son asunto tuyo. Genial, amigo. Si sigues sobre esa línea, lo más seguro es que todos esos niños que carecen de nombre, de familia y de futuro, esos niños que existen y desaparecen, así, inadvertidamente, de un día para otro, mientras otros niños los van remplazando una y otra vez, porque el negocio nunca termina; todos ellos no valen nada para ti, aún cuando son personas también. Personas que sienten y bla, bla… Le chiflé lo más fuerte que pude y cuando volvió a encontrarme tras cruzar la avenida, le di uno de los dos billetes arrugados de veinte que traía en la cartera, advirtiéndole que se comprara un taco y que no se anduviera gastando el dinero en chemo o activo. Para que el mugre escuincle nada más tomara el billete, se echara a correr y me mentara la madre desde el otro lado de la calle. Eso es lo que te ganas cuando te metes con nosotros, como en la canción de Radiohead. Puedo jurar que a la voz de mi cabeza ya le dolía el estómago.


jueves, 19 de septiembre de 2013

Disturb the sound of silence








Nos empezamos de golpe,
nos saboreamos de prepo.

Los Caballeros de la Quema

Hay noches que son como una maldita hoja en blanco, en la que podrían escribirse muchas cosas, pero que casi siempre terminan así, en blanco. Ésta, por ejemplo. Afuera hace un chingo de frío y la humedad parece colarse hasta adentro de mi casa. Me da un ligero escalofrío. Yo no se como hacen los escritores profesionales, porque casi siempre que narran o describen una situación parecen siempre acudir a ellos las palabras justas y necesarias para poner cada cosa en su lugar, a mi a veces me parece que escribo como haciendo una lista: afuera llueve, ladran los perros, suena Charly García de fondo... Cuando eso pasa, me da por creer que un día podré escribir un libro lleno de frases cortas, y ese día será cuando encuentre las frases cortas necesarias que lo inunden.

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Cierro los ojos y te imagino a la luz azul que precede a la mañana. Si tuviera el talento suficiente, escribiría un poema azul que hable de ti, que mencione tu respiración pausada y tranquila; y que dibuje tus párpados cerrados y tu cabello cayendo por tus hombros, cubriendo tu piel desnuda; un poema azul que encierre en cada palabra la esencia de tus sueños. Un poema azul, que no se parezca en nada a este pinche frío que tengo. Un poema azul... Abro los ojos y no encuentro más que oscuridad. Te desvaneces al contacto con la realidad y me conformo con cerrar los ojos para poder verte. Para volver a escucharte. Para volver a sentir el roce de tus manos, mientras finjo que estoy dormido.

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Yo quisiera hablarte de magia y no del bloqueo que tiene mi corazón, como un tumor maligno que no permite que nada entre ni salga. Me faltan las palabras, o a lo mejor es que siempre he creído que están de sobra. Que ya todo está dicho. Pero hoy no encuentro ni poemas ni canciones que me hablen de ti, y mi torpe inspiración se atasca, como un engrane en una máquina oxidada que rechina. Podría decir que eso también duele un poco. Que a mi máquina de hacer magia le hace falta algo más que aceite.
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sábado, 14 de septiembre de 2013

Disturb the sound of silence




¿Cómo hacer para que alguien se sienta capaz de algo que nunca ha hecho?
¿Qué clase de magia hay que obrar para crear el valor en una persona?
Sobre todo en este mundo, en esta vida, en esta ciudad.
En este mes en el que apenas sale el sol.
En este sábado nublado y lento.

Yo vivo cerca de donde se forman las nubes. A veces, cuando salgo a la calle por la mañana, las calles angostas de mi pueblo están cubiertas de una neblina ligera, que se va disipando a medida que avanzan las horas. Y yo sólo pienso que me gusta el pueblo donde vivo, porque me gusta el color de los árboles, y el olor a tierra húmeda que me envuelve al caminar. Entonces, cuando abordo el camión y veo las caras de todas las personas que van a algún lado, me pregunto qué podría hacer yo para inspirarles algo. Si, yo, que mucho tiempo vagué por el mundo ciego, sordo y mudo; ajeno. Como una sombra. ¿Qué clase de magia he de obrar para que vean lo que yo veo? Una pregunta que jamás podré responderme.

"NO PUEDO"... son dos palabras que me avasallan. Yo mismo creo que no puedo. Que es imposible. Que no soy y que nunca seré capaz. Y me gustaría pensar que me equivoco, que puedo. Que todos y cada uno de mis sueños están esperando por mi, en algún lado, a que yo me sacuda la pereza y la desidia, pero sobre todo la desconfianza. Que el amor está por ahí, buscando la mejor versión de mi mismo, esa a la que nunca llegaré si no dejo de justificarme y  de ocultarme en mi propia oscuridad. Que la felicidad y la prosperidad vienen a mi casa, acompañadas de la paz y la tranquilidad, pero que no podrán entrar si yo no quito de mi puerta los cerrojos que el miedo le puso: miedo a perder, miedo a fracasar, miedo a arriesgarme, a cerrar los ojos y entregarme...

En este momento, lo que más quiero es perder la razón. Dejar de asegurar que no puedo y crear lo que quiero. Quiero que todo sea mentira excepto lo que yo quiero creer o imaginar. Quiero creer que todo es posible.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Disturb the sound of silence






Hoy parece ser un día como cualquiera. Un poco más nublado que los anteriores de ésta semana, pero sobre todo, frío. El té se calienta en la estufa, y yo estoy sentado aquí enfrente de la computadora sin mucho qué hacer. Pero no tengo sueño. Le acaricio la cabeza a mi mascota, Loca se llama, es una perrita criolla de once años ya entrados en doce, de talla mediana, de color blanco con manchas doradas y atigradas, bastante aprensiva y cada día un poco más lenta. Me pregunto qué diría (en caso de que pudiera hablar) de esta mañana. Se bambolea de un lado a otro con pasos lentos, meneando la cola como si el tiempo en realidad no hubiera pasado nunca, como si fuera todavía la cachorrita que metía la nariz en todos lados y mordía los zapatos y los calcetines. Siempre al verla me pregunto si fue o no feliz. Si fui lo suficientemente bueno con ella. Cuando eso pasa me da por agachar la cabeza y decir que no, que pude haber hecho  mejor las cosas y haberle ahorrado mucho sufrimiento.

Ustedes no están para saberlo, pero ella venció al cáncer. Nunca la esterilizamos. Tampoco tuvo crías. Por cosas hormonales que no entendí bien (pero para eso hay veterinarios), Loca desarrolló tumores en sus glándulas mamarias, y después de dos operaciones bastante agresivas, pudieron extirparle todas las masas cancerígenas, con el riesgo de que no sobreviviera. Pero al final lo hizo, y agradezco infinitamente a los médicos veterinarios Elías Vázquez y Daniel Herrera, que estuvieron pendientes de sus recuperaciones y siempre han sido grandes amigos. Gracias a ellos que tendremos Loca para un rato más. Y aunque ya no haga agujeros en la tierra (a veces tan grandes y profundos que ella misma cabía), ni corra de un lado a otro y prefiera quedarse tumbada cerca de la estufa en días fríos como este, siempre estará en mi corazón como la bolita de pelos que me cabía en las manos si las hacía un cuenco. Siempre será para mí un ser lleno de amor y una luz en el camino que me recordará que SIEMPRE las ganas de vivir ayudan a curar todo.


Per tenebras ad lucem.
EL TRAGASABLES

viernes, 28 de junio de 2013

¿Crees estar loco?





Cortesía  de Roy


Necesitas estar loco para tomar lo que quieres.
Necesitas estar loco para cruzar el valle de las tinieblas. 
Necesitas estar loco para andar con Leones. 
Necesitas estar loco para soñar. 
Necesitas estar loco para amar. 
Necesitas estar loco para perdonar. 
Necesitas estar loco para dar un primer paso. 
Necesitas estar loco para decir lo que sientes. 
Necesitas estar loco para plasmar lo que ves. 
Necesitas estar loco para decir NO. 
Necesitas estar loco para subir a hombros de gigantes y ver más allá. 
Necesitas estar loco para decir SÍ. 
Necesitas estar loco para gritar. 
Necesitas estar loco para cantar y bailar. 
Necesitas estar loco para opinar. 
Necesitas estar loco para hacerte escuchar. 
Necesitas estar loco para saber quién eres. 
Necesitas estar loco para descubrir. 
Necesitas estar loco para volar. 
Necesitas estar loco para correr. 
Necesitas estar loco para disfrutar. 
Necesitas estar loco para emprender una aventura. 
Necesitas estar loco para terminarla. 
Necesitas estar loco para conocer el mundo. 
Necesitas estar loco para llorar. 
Necesitas estar loco para abrazar. 
Necesitas estar loco para subirte a un avión. 
Necesitas estar loco para besar como tal. 
Necesitas estar loco para decir TE QUIERO. 
Necesitas estar loco para decir NO DEJO DE PENSAR EN TI. 
Necesitas estar loco para decir ME IMPORTAS MUCHO. 
Necesitas estar loco para hacerle saber lo mucho que te importa. 
Necesitas estar loco para decirle todo con la mirada. 
Necesitas estar loco para acariciar. 
Necesitas estar loco para llevarla a la cama. 
Necesitas estar loco para enseñarle las estrellas.



Necesitas estar loco para decir TE AMO.

Solo para locos









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domingo, 19 de mayo de 2013

El silencio en los ojos de un gato callejero




Para Dam


"No tendrás que llorar para el mar..."
Liquits



La franja de playa estaba atestada de gente. Así apenas es posible imaginar que hubo un tiempo en el que no se habían construido tantos hoteles, ni complejos habitacionales. A mi me da por pensar cómo habrá sido este lugar hace cien años, pero la visión no me alcanza. Hay lugares que parece que siempre han sido como son, aunque los haya visto transformarse: las calles de mi ciudad, la casa donde crecí... Y en mi mente sólo quedan imágenes, como fotografías borrosas. Muchos de mis recuerdos están todavía guardados en una cinta de VHS que el tiempo enredó y que compuse lo mejor que pude, pero cortando fragmentos que (espero) no eran tan importantes..

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Yo no se que hice en el trayecto que me ha tocado vivir, ni siento que haya sido algo extraordinario, pero siempre he tenido buena suerte. No creo en el karma, ni en el destino, ni en tantas cosas que si las terminara de enumerar, nos da agosto. Ando por la vida como un ciego, tropezándome con todo, a tientas y a la defensiva. Creando monstruos detrás de todas las cosas, perdido en las tinieblas; con los ojos velados por el desengaño y la incertidumbre. Pero siempre he encontrado la forma de seguir la línea, aun cuando esta no vaya siempre por el camino de luz y esté cubierta de espinas. Me he pasado la vida caminando a la orilla de la carretera, sin saber muy bien a donde me lleva o a donde quiero ir yo, cada vez un paso detrás del otro. Sin prisas. Llenándome los bolsillos con las historias que imagino dentro de las paredes que llegan a cubrir el corazón de las personas: historias de miedo y de sobrevivencia, de infinitas tristezas, de soledades y de indiferencias; historias de silencios, de fracasos, de preocupaciones que parecen perpetuas... Pero también hay historias que encierran el esfuerzo de un padre o de una madre, el color de la risa de un niño, el heroismo de defender un pedazo de tierra, la ternura con que labran la tierra los campesinos, la perseverancia de un loco que persigue un sueño, el orgullo en la mirada de las mujeres y los hombres honestos, el amor por encima de cada uno de los actos de la gran comedia humana. 
Y entonces puedo encontrar la belleza en los detalles mas pequeños, casi imperceptibles, pero que está ahí, flotando en las nubes y en las flores, y en las alas de los gorriones y de las mariposas...

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Mientras te esperaba me entretenía removiendo los edificios y el pavimento con la mente, haciendo la playa más larga y más ancha. En lo que ahora son calles y altas paredes con ventanas pequeñas, dibujaba palmeras y espesa vegetación. Con un parpadeo se borraron las palapas y la gente, y se formaron blancas nubes en el cielo, mientras las velas azules de un barco flotaban en el horizonte... 
Me senté en la banqueta y cerré los ojos, para poder oir al mar con su eterno canto. Podía sentir al sol besándome la frente. Y cuando te vi venir confirmé que si, definitivamente siempre he tenido buena suerte. La suerte de un gato callejero que vagabundea de noche, en silencio. Un gato callejero que casi siempre anda perdido, pero nunca se ha extraviado. Arisco, desconfiado, cínico, suicida... pero que jamás está solo, porque se que tengo en ti mucho. Y por eso tengo tengo tanta suerte. 
Porque estoy vivo. 
Porque te quiero. 
Gracias.

jueves, 16 de mayo de 2013

Justificar la imprudencia.








"Siempre seguí la misma dirección, la difícil, la que usa El Salmón"
Andrés Calamaro




Veo los coches pasar desde la ventana y el viento apenas roza los arbustos; son las únicas cosas que yo siento como señales de que el tiempo no se ha detenido. De pronto me siento intranquilo. En días como este no debería venir a trabajar, pero no hay más que hacer: como dirían los Caballeros de la Quema, "el que no se rifa un poco no come". Aparte los sábados pagan. Y a mi que me caga tanto esto de las rutinas. Me aburren. Me desesperan. Me dan ganas de tomar mis cosas y largarme a cualquier otro lado, pero de pronto caigo en la cuenta de que de todos modos no tengo donde ir...

»»»»»»

"¿Nunca te pasa que hasta los felpudos se cruzan de calle si te ven venir?" Canta Ivan Noble en mis audífonos. Me duele la cabeza y me arde la garganta, siento la boca pastosa y amarga. Cierro los ojos y pienso que no hay nada peor que ir al trabajo con resaca, todo pinche pálido y ojeroso, tratando de pensar en qué momento la noche se hizo tan larga, a partir de que cerveza fue que dejé de pensar que al día siguiente tenía que levantarme temprano y entonces empecé a beber como si no fuera a arrepentirme de ello; y encima toda la gente se aleja nada mas de verme. Me bajo del camión en Chapultepec y el sol me da de madrazo en la cara, camino despacio porque me tiemblan las piernas. Entro al metro con miedo de que me den náuseas. Me urge encontrar una pinche farmacia para comprar un desodorante, una botella de agua, una pasta y un cepillo de dientes, al menos para dar el gatazo y mi jefe no se saque de pedo, también para ver si me siento un poco mejor. De momento estoy que me carga la chingada y le ruego a mis deidades paganas que no haya tanto trabajo, que por todos los demonios el día no sea tan largo. Daría mi reino (si lo tuviera) por dormirme un par de horas...

»»»»»»»»»

Hay días que parece que todo se confabula para darme en la madre, o a lo mejor es que me encanta andar poniéndome las cosas cuesta arriba, haciéndolo todo más difícil. Es una de las costumbres mas pendejas que tengo, pareciera que me gusta ir boicoteándome la existencia hasta que ya no haya otra solución que salir corriendo antes de que todo se derrumbe. Eso me estresa, ser tan idiota. Tan fácil que resultaría ponerse las pilas y empezar a desarrollar métodos para no cagarla, al menos para no cagarla tan feo. Ser un poco mas honesto, al menos conmigo mismo. Aceptar las cosas como vengan y quitarme esa maña tan pinche de andarme quejando de todo. Poner las cosas en orden y atender las prioridades. Llevar una vida más sana y no destruirme como si tuviera mucho que destruir, porque la verdad es que cada vez le faltan mas piezas al rompecabezas abstracto y sin forma que soy, a veces me miro al espejo y ya no me reconozco.

»»»»»»»»

Todo me dio vueltas, y en un segundo no vi mas que oscuridad. Apreté los párpados y las mandíbulas; pero de pronto sentí el sabor metálico en la boca. Vale madre. Me acerqué al lavabo y me eché agua en la cara. Me caga la sangre, siempre tan escandalosa. Encima la pinche jaqueca. Me senté en el retrete y me recosté hacia atrás, jalando hacia atrás la cabeza y tensando el cuello, intentando ponerla en alto. Me taponeé la nariz con papel de baño y esperé que pasara, sin poder sacar de mi mente que odio a la gente que no tiene que trabajar los sábados.

El Tragasables

viernes, 26 de abril de 2013

Mensajes al mar

Para Daniela Cañas Valencia 
(por ser lo más que puedo ofrecer como regalo)

«Te podes matar»
Vampira





Cuando viajas en camión te vuelves parte del paisaje urbano. Sobre todo en esta ciudad en la que parece que todos tienen prisa y que van al mismo lado que yo. Por la mañana o por la noche, las ventanas traslucen caras cansadas y somnolientas, fatigadas. Los autobuses parecen estar llenos de gente hasta la madre: hasta la madre de sus vidas, hasta la madre de sus empleos, hasta la madre de sus hijos o de sus familias; hasta la madre de si mismos y del pinche día con día. Como si su suerte la hubiera echado algún dios o destino hijo de la chingada sin mas que hacer que ponerle el pie a cualquiera. A veces me pregunto cómo me veo yo mismo a través de una de esas ventanas, y me rio. Y la gente se me queda viendo como diciendo "¿qué trae este pinche loco?", y el desconcierto en sus caras me hace reirme aun mas...

Cuando te conocí andaba yo buscando entre lineas el verdadero significado de las cosas, lo real, lo tangible. Quizá sin saber que lo tangible es simplemente lo que hay y que a veces la vida se llena de significados que casi nadie puede ver. Porque lo que es para mi no es lo mismo para otros, ni siquiera para ti. Cuestión de educación, de contexto. De historia. Pero la simple verdad es que sumergirme en esa inmensidad en la que te encontré flotando no era para mi más que un placebo, una forma de sedarme. Y así como te veía a ti, reflejada en el azul de una realidad inexistente, encontré a otros muchos que tarde o temprano se perdieron, como casi te pierdo también a ti. Y aunque ya casi no hablemos o quizá nos hayamos alejado tanto que ya nunca podamos volver a ser como fuimos, quiero decirte que pienso en ti y espero que estés bien en todo momento. Que aun cuando la vida no es sólo flores, te sobrepongas de las tormentas y navegues sin miedos, dudas o rencores. Que incluso cuando los cantos de sirenas te confundan, no dejes nunca de sorprenderte de las pequeñas cosas que encierra la vida. También ruego porque, cuando el mar esté picado y tu horizonte se pinte de nubes grises, el viento hinche tus velas y te conduzca hacia aguas mejores, repletas de aventuras y tesoros. Y ojalá no te falte la fuerza de remar contracorriente en el momento oportuno, ni te falle la brújula que lleva a tus sueños.

Te escribo esta carta desde una isla repleta de esqueletos de elefante. En donde reina un silencio espeso y una oscuridad insomne. Te escribo para que sepas que no me olvido de ti, y que te deseo la mejor de las suertes en todos los viajes que emprendas, esperando que siempre (como dice Rodrigo González) atraques en buen puerto. Te pido que me perdones por no haber cumplido mi promesa todavía, pero hay mas tiempo que vida. También quiero decirte que es la última vez que te escribo desde esta isla; me construí una balsa de madera y huesos y no se hasta donde llegaré, pero navegaré sin miedo. Y si algún día nos encontraremos, eso no lo se; pero cierra bien una botella y lánzala al mar, con las buenas y las malas nuevas, con mapas de las aguas que zurcas, con lo que tú quieras. Yo te responderé con lo poco que se de lo mucho que he visto, pero estaré ahí, sintiéndome feliz por ti.

Feliz cumpleaños número 19 Vampira.


San Bartolo Ameyalco, México, DF.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Mi alma por un poema





o sea 

resumiendo 
estoy jodido 
y radiante 
quizá más lo primero 
que lo segundo 
y también 
viceversa.
Mario Benedetti




Hoy es uno de esos días en los que no consigo ni rasurarme bien. Se me hace tarde para ir a todos lados y ando con cara de idiota. Escribo a puñetazos. Me duermo en el camión.
Mis ganas de escribir me ladran desde el fondo de la perrera en la que se convirtió mi subconsciente. Me incitan a sacar algo, a expulsar el peso que oprime mi pecho y que no me permite pensar. Pero me siento vacío.
Me duele la cabeza. Me sangra la nariz.
Quiero gritar.
Quiero huir.
Quiero no pensar.
¡Joder! ¿Es mucho pedir? 
Escucho mucho ruido dentro de mi. Ruido de cosas cayéndose.
Cuando me siento así, lo mejor que puedo hacer es escribir al aire. Gritar en silencio. Sentir la rabia ciega disminuyendo con cada palabra que muerde el teclado. El sonido del teclado es casi sedante. 
Espero llegar a ese punto en el que la sangre de la nariz ya no me importe, y entonces una historia fluya de mi cabeza a mis dedos y se convierta en algo hermoso, quizá algo oscuro, quizá que tenga un poco de los dos; uno de esos milagrillos sin moraleja ni mensaje que suelen venir en mi auxilio en momentos como este. Pero lo cierto es que hace mucho que mi escaso talento no pare más que figuras sin forma que apenas respiran.
Ahora mismo siento que necesito una cerveza. Quizá con una cerveza ligue dos o tres frases que a la larga se conviertan en algo que pueda bautizarse como poema. Un poema que hable de mi soledad, de mi confusión, de la sangre de mi nariz. De lo mucho que me duele. De la situación de mi país, del color de tu cabello, de la luz de tus ojos. Un poema que hable de los pobres, de los locos, de los desahuciados o de los condenados a ser olvidados. Un poema henchido de metáforas, que me haga escribirlo con el cuchillo apretado entre los dientes mientras tiemblo de frío. 
Incluso ahora mismo cierro los ojos y aprieto los dientes, pero nada.
Nada se produce de nada. 
Y me siento cansado. 
Decepcionado de mi.
Y triste.