sábado, 21 de septiembre de 2013

Tener un millón de amigos/ LOTERÍA DE CUENTOS/ "El borracho"





Quemamos con malas artes el espíritu del vino,
y no va a regresar.
Héroes del Silencio


El hombre abrió los ojos y se quedó mirando al cielo, como si buscara algo que se le hubiera perdido y no pudiera encontrarlo, con la desesperación de quien no entiende bien lo que está pasando y se siente arrastrado al abismo; y volvió a cerrar los ojos. Yo ni siquiera me hubiera acercado de no haber escuchado esa voz que siempre grita dentro de mi decir que nadie más lo había visto, y aun cuando así haya sido, nadie iba a ir a ver. Y a veces el cielo parece no apiadarse de nadie. Total que entonces maldije en voz baja, ¡perra suerte!, y caminé hacia el sujeto tendido en la tierra del camellón que está entre Revolución y Eje 8, pensando que esta vez me había excedido en eso de andar de pinche entrometido, yendo a donde no me llamaban por no poder contener mi complejo de superhéroe, mientras esa voz insidiosa que suena en mi cabeza que hace las veces de conciencia contenía risitas cínicas.

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Por un momento creí que estaba muerto. En la televisión casi siempre salen casos en los que una persona cae fulminada en el acto por un paro cardíaco, y entonces simplemente se muere, en cualquier lado. No es que yo vea mucha televisión, pero si tomamos eso como punto de referencia, el sujeto la había o la estaba palmando, y yo siempre he creído que no hay peor forma de morirse que en la calle, donde cualquier hijo de la chingada te puede robar la cartera para que entonces la cosa se ponga en realidad muy pinche fea, porque nadie sabe quién eres o dónde vives, y entonces no hay ni a quien avisarle que te moriste. Eso si bien te va. Porque si no pasa la gente y te observa como si fueras un pedazo de mierda en medio de la calle, y tu cuerpo se queda ahí tendido en la lluvia, hinchándose hasta que en la mañana alguna ambulancia te recoja, intente identificarte, y como no puede, termines en algún anfiteatro como muñeco de pruebas para los estudiantes de medicina. Entonces, de una vez por todas, terminas en la fosa común mientras tu familia pega carteles de “¿Le has visto?” en el Metro. Por eso, la voz que suena dentro de mi cabeza prendió las luces rojas y me dijo que me largara, porque, a final de cuentas no era asunto mío. Y por enésima vez en toda mi pinche vida no le hice caso, sabiendo que no había forma de justificar el hecho de dejar a alguien probablemente muerto a su suerte. Y cuando me acerqué a averiguar si estaba frito o todavía le quedaba algo de vida en el cuerpo, el hombre volvió a abrir los ojos y me miró directamente, mientras exhalaba una nube inmensa de aliento alcohólico. Supongo que también es importante decir que la voz insidiosa ya no era una voz, sino una carcajada histérica que se reía de mi.

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No es que José no tuviera dinero. Lo que no tenía era cambio. En ese momento no sabía que se llamaba José, ¿cómo iba a saberlo? Me lo dijo hasta después. Hasta que llegamos al Elektra de San Ángel, pero para ese momento ya éramos grandes amigos, yo ya era su camarada. Sin embargo, levantarlo de la tierra fue un viacrucis, y él encima no ayudaba porque de por si ni siquiera recordaba cuál era su nombre… ¡Que sea menos!, diría Chava Flores. Pinche cabrón, estaba muy pedo y en la caída se dio un madrazo en la cabeza. Yo también estaría desorientado. Cuando lo ayudé a sentarse en la banca de la parada de autobús y regresé a donde estaba tirado, apreté los dientes pidiéndole a todos los malditos dioses que si algún día terminaba como él, por favor no hubiera cerca nadie como yo, y poder ahorrarme la vergüenza de exponer mi miseria como si fuera la mayor atracción de un circo de tres pistas. ¿Quién sabe?, total, cuando José despierte mañana ni se va a acordar de cómo putas le hizo para llegar a su casa. 
El niño de los chicles me veía fijamente, quizá pensando que no me había percatado que la cartera todavía estaba en el suelo, o a lo mejor calculando sus posibilidades. Le dije que se sacara a chingar a su madre si no quería que le diera una madriza, y obedeció casi en el acto, no sin antes echar un último vistazo a lo que representaría un buen botín. Por un momento pensé que tal vez así era mejor: al niño probablemente le haría más falta, pero si aquella cartera aún tenía dinero, todavía era de José. Me sedé el pensamiento con la idea de que aquel niño seguramente utilizaría el dinero para drogas y no para comida, o que uno de esos hijos de puta que controlan esa mafia que trae gente de lugares apartados a mendigar a la ciudad iba a terminar quitándoselo. Doble moral. Eso si no era asunto mío, ¿entiendes? Te acercas a un borracho que apenas puede pararse, creyéndolo muerto, y te dispones a echar una mano sin rechistar, aunque no sea asunto tuyo; pero no puedes dejar que un niño que tiene hambre se lleve algo que puede quitársela, porque los niños de la calle no son asunto tuyo. Genial, amigo. Si sigues sobre esa línea, lo más seguro es que todos esos niños que carecen de nombre, de familia y de futuro, esos niños que existen y desaparecen, así, inadvertidamente, de un día para otro, mientras otros niños los van remplazando una y otra vez, porque el negocio nunca termina; todos ellos no valen nada para ti, aún cuando son personas también. Personas que sienten y bla, bla… Le chiflé lo más fuerte que pude y cuando volvió a encontrarme tras cruzar la avenida, le di uno de los dos billetes arrugados de veinte que traía en la cartera, advirtiéndole que se comprara un taco y que no se anduviera gastando el dinero en chemo o activo. Para que el mugre escuincle nada más tomara el billete, se echara a correr y me mentara la madre desde el otro lado de la calle. Eso es lo que te ganas cuando te metes con nosotros, como en la canción de Radiohead. Puedo jurar que a la voz de mi cabeza ya le dolía el estómago.


jueves, 19 de septiembre de 2013

Disturb the sound of silence








Nos empezamos de golpe,
nos saboreamos de prepo.

Los Caballeros de la Quema

Hay noches que son como una maldita hoja en blanco, en la que podrían escribirse muchas cosas, pero que casi siempre terminan así, en blanco. Ésta, por ejemplo. Afuera hace un chingo de frío y la humedad parece colarse hasta adentro de mi casa. Me da un ligero escalofrío. Yo no se como hacen los escritores profesionales, porque casi siempre que narran o describen una situación parecen siempre acudir a ellos las palabras justas y necesarias para poner cada cosa en su lugar, a mi a veces me parece que escribo como haciendo una lista: afuera llueve, ladran los perros, suena Charly García de fondo... Cuando eso pasa, me da por creer que un día podré escribir un libro lleno de frases cortas, y ese día será cuando encuentre las frases cortas necesarias que lo inunden.

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Cierro los ojos y te imagino a la luz azul que precede a la mañana. Si tuviera el talento suficiente, escribiría un poema azul que hable de ti, que mencione tu respiración pausada y tranquila; y que dibuje tus párpados cerrados y tu cabello cayendo por tus hombros, cubriendo tu piel desnuda; un poema azul que encierre en cada palabra la esencia de tus sueños. Un poema azul, que no se parezca en nada a este pinche frío que tengo. Un poema azul... Abro los ojos y no encuentro más que oscuridad. Te desvaneces al contacto con la realidad y me conformo con cerrar los ojos para poder verte. Para volver a escucharte. Para volver a sentir el roce de tus manos, mientras finjo que estoy dormido.

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Yo quisiera hablarte de magia y no del bloqueo que tiene mi corazón, como un tumor maligno que no permite que nada entre ni salga. Me faltan las palabras, o a lo mejor es que siempre he creído que están de sobra. Que ya todo está dicho. Pero hoy no encuentro ni poemas ni canciones que me hablen de ti, y mi torpe inspiración se atasca, como un engrane en una máquina oxidada que rechina. Podría decir que eso también duele un poco. Que a mi máquina de hacer magia le hace falta algo más que aceite.
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sábado, 14 de septiembre de 2013

Disturb the sound of silence




¿Cómo hacer para que alguien se sienta capaz de algo que nunca ha hecho?
¿Qué clase de magia hay que obrar para crear el valor en una persona?
Sobre todo en este mundo, en esta vida, en esta ciudad.
En este mes en el que apenas sale el sol.
En este sábado nublado y lento.

Yo vivo cerca de donde se forman las nubes. A veces, cuando salgo a la calle por la mañana, las calles angostas de mi pueblo están cubiertas de una neblina ligera, que se va disipando a medida que avanzan las horas. Y yo sólo pienso que me gusta el pueblo donde vivo, porque me gusta el color de los árboles, y el olor a tierra húmeda que me envuelve al caminar. Entonces, cuando abordo el camión y veo las caras de todas las personas que van a algún lado, me pregunto qué podría hacer yo para inspirarles algo. Si, yo, que mucho tiempo vagué por el mundo ciego, sordo y mudo; ajeno. Como una sombra. ¿Qué clase de magia he de obrar para que vean lo que yo veo? Una pregunta que jamás podré responderme.

"NO PUEDO"... son dos palabras que me avasallan. Yo mismo creo que no puedo. Que es imposible. Que no soy y que nunca seré capaz. Y me gustaría pensar que me equivoco, que puedo. Que todos y cada uno de mis sueños están esperando por mi, en algún lado, a que yo me sacuda la pereza y la desidia, pero sobre todo la desconfianza. Que el amor está por ahí, buscando la mejor versión de mi mismo, esa a la que nunca llegaré si no dejo de justificarme y  de ocultarme en mi propia oscuridad. Que la felicidad y la prosperidad vienen a mi casa, acompañadas de la paz y la tranquilidad, pero que no podrán entrar si yo no quito de mi puerta los cerrojos que el miedo le puso: miedo a perder, miedo a fracasar, miedo a arriesgarme, a cerrar los ojos y entregarme...

En este momento, lo que más quiero es perder la razón. Dejar de asegurar que no puedo y crear lo que quiero. Quiero que todo sea mentira excepto lo que yo quiero creer o imaginar. Quiero creer que todo es posible.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Disturb the sound of silence






Hoy parece ser un día como cualquiera. Un poco más nublado que los anteriores de ésta semana, pero sobre todo, frío. El té se calienta en la estufa, y yo estoy sentado aquí enfrente de la computadora sin mucho qué hacer. Pero no tengo sueño. Le acaricio la cabeza a mi mascota, Loca se llama, es una perrita criolla de once años ya entrados en doce, de talla mediana, de color blanco con manchas doradas y atigradas, bastante aprensiva y cada día un poco más lenta. Me pregunto qué diría (en caso de que pudiera hablar) de esta mañana. Se bambolea de un lado a otro con pasos lentos, meneando la cola como si el tiempo en realidad no hubiera pasado nunca, como si fuera todavía la cachorrita que metía la nariz en todos lados y mordía los zapatos y los calcetines. Siempre al verla me pregunto si fue o no feliz. Si fui lo suficientemente bueno con ella. Cuando eso pasa me da por agachar la cabeza y decir que no, que pude haber hecho  mejor las cosas y haberle ahorrado mucho sufrimiento.

Ustedes no están para saberlo, pero ella venció al cáncer. Nunca la esterilizamos. Tampoco tuvo crías. Por cosas hormonales que no entendí bien (pero para eso hay veterinarios), Loca desarrolló tumores en sus glándulas mamarias, y después de dos operaciones bastante agresivas, pudieron extirparle todas las masas cancerígenas, con el riesgo de que no sobreviviera. Pero al final lo hizo, y agradezco infinitamente a los médicos veterinarios Elías Vázquez y Daniel Herrera, que estuvieron pendientes de sus recuperaciones y siempre han sido grandes amigos. Gracias a ellos que tendremos Loca para un rato más. Y aunque ya no haga agujeros en la tierra (a veces tan grandes y profundos que ella misma cabía), ni corra de un lado a otro y prefiera quedarse tumbada cerca de la estufa en días fríos como este, siempre estará en mi corazón como la bolita de pelos que me cabía en las manos si las hacía un cuenco. Siempre será para mí un ser lleno de amor y una luz en el camino que me recordará que SIEMPRE las ganas de vivir ayudan a curar todo.


Per tenebras ad lucem.
EL TRAGASABLES